miércoles, 18 de febrero de 2009

Los niños que juegas fuera de la casa

-Son grandes naves. Parecen, de lejos, que tocan la tierra pero en realidad están a muchos metros de distancia.
Lo que se escucha es el ruido de una refrigeradora, tal vez descompuesta.
-¿Qué no tiene miedo? En su casa no mataron…
Me aplaude en la cara. Me asusto.
Ya no hay nadie. Ya no siento. ¿es esto una mano? ¿estoy tocando algo que soy yo?
Nada se escucha.
He dejado de respirar.

No sé si tengo los ojos cerrados. ¿de que color es el cielo cuando no lo veo?
¿y cuando los abro? ¿sigue teniendo el mismo color el cielo en el dorso de mis parpados?

-Ve que sí se asustó.

Escucho que alguien abre el congelador. Pone algo en el microondas.
Ese ruido que acompaña al calentamiento de las ondas en el aire.
Parece eterno. Lo es.

-A mi no me asustan las cosas que no puedo ver.
Pero me asustan aun más, las que de alguna forma puedo sentir.

lunes, 9 de febrero de 2009

Las Equis

La abuela siempre me da arroz, frijoles y un pedazo grande de queso. A mí me gusta poner el queso debajo del arroz y los frijoles porque así se derrite con su calor. Además soy de los que revuelven todo, como para facilitarle la labor al estomago y a la saliva.

-William ¿quiere un vasito de leche? Todavía no me acostumbro a no tomar nada mientras almuerzo; mi abuela tiene esa rara regla en su casa. A escondidas, y apenas siento que ya nada baja por la garganta, corro al baño y tomo grandes sorbos de agua tibia del tubo. Obviamente el vaso de leche es para después, para cuando no deje ni un grano en el plato. –¿Una o dos cucharadas de azúcar? Digo tres sin mucha fe de que me haga caso.

-William venga y me ayuda a ponerle tape a las ventanas. Con una forma de equis, mi abuela y yo aseguramos todos los cristales de la casa. –Abuelita y ¿esto para que sirve?. –Es por si viene Juana, el viento no rompa en pedazos los vidrios. Así hace menos daño. Ya se nos acabo la cinta, toma doscientos colones y compre en la pulpería de la esquina dos rollos.

-Aquí esta su vuelto. ¿Cuánto valen los JaJas señor? –Cincuenta. ¿Qué numero le salió machillo? El dos. El chino me da un paquetito que tiene un mini dinosaurio. Eche agua y espere dos horas, dicen las instrucciones. De camino me acabo la bolsita de JaJas para que mi abuela no se dé cuenta que me gaste su plata. –Abuelita ya llegue. Mi abuelita esta frente al televisor, no me escucha. –Abuelita, abuelita. –William, venga siéntese conmigo. En la pantalla un señor de las noticias habla de una catástrofe nacional. Mi abuela apaga el televisor. Me lleva de la mano afuera.

Los otros vecinos también salen de sus casas. Todos están muy serios, algunos lloran. A lo lejos, una gran nube gris llena el cielo. Bajo nuestros pies la tierra se mueve repentinamente, se detiene, se mueve, se detiene. Los de la casa del frente empiezan a guardar cosas en su carro. Están saliendo de su garaje. Se vuelve a mover el piso, esta vez acompañado por un rugido seco que tumba a la abuela. –Abuelita ¿está bien?. La abuela se levanta todavía muy seria. –William, usted sabe que yo lo quiero mucho verdad. –Si abuelita ¿Qué pasa?. –No, nada William, seguro ahorita vienen sus papas.

Desde la casa de mi abuela, veo como se oscurece la mañana. Afuera, llueven cosas negras. La abuela se acerca y quita la equis que no me deja ver bien lo que pasa. –Abuelita ¿y el huracán? ¿ya no tiene miedo de los vidrios? –Ya no importa.

domingo, 8 de febrero de 2009

Lucy in the sky with diamonds

Alguien me toca el hombro. ¿Otra cerveza?. Si, lléguele. Lo veo caminar hacia la hielera y meter su mano entre el vacio. Aprovecho para contar a los que nos mantenemos en pie: allá esta choli, Alvarito y Gabriela. Jaime regresa con nada en sus manos. Mae, el toque es esperar que Monica se despiste y le robamos el tequila. Jaime sigue pensando en la cerveza. ¿Un cigarrito?. Saco dos y le paso uno de inmediato.

Caminamos, es de noche. Atrás quedan la casa de paseo, la callejuela rural, las tiendas de acampar con luces fluorescentes. Se va disminuyendo la música en alguna parte. ¿Jaime anda fuego?. Solo está el cielo: una multitud de puntos blancos fijos en el horizonte. Ni los perros ladran. Estoy con el silencio, el silencio igual que el frio repentino y esta sensación hipnótica de las estrellas. Cierro los ojos por aquello del mareo y la promesa de más alcohol en mi organismo. Entonces escucho un grito. Cuando vuelvo a abrirlos el horizonte parece zigzaguear de manera violenta, como sacudiéndose repentinamente. El firmamento empieza a mostrar un efecto de movimiento espacial; cada uno de los puntos blancos es ahora una mancha multiplicando formas elípticas.

Sin mucha capacidad de reacción trato de regresar a la casa. Los primeros pasos me tiran de rodillas al suelo por la falta de equilibrio. El cielo parece quebrarse. Parece recuperar cierta noción de autonomía. A lo lejos, los demás miran hacia arriba. Yo, también resignado, hago lo mismo.

viernes, 6 de febrero de 2009

El Fin

Hoy me desperté, de nuevo, con un sudor frio en el cuerpo. Las únicas imágenes que me llegan del sueño son el susto en las caras de la gente, el cielo transparente y una bocina de alarma que no dejaba de sonar.
No sé cuantas veces se han repetido escenas de este tipo cuando duermo. Parece que alguna clase de obsesión mía resalta apenas pongo la cabeza en modo horizontal. De hecho los tengo desde que era pequeño, paralelamente al terror que todos le tenían al terminar del milenio. Eso sí, yo lo he soñado de todo; desde el apocalipsis hasta las invasiones extraterrestres.
En esta repetición conceptual solo tengo algo seguro: puede que hoy sueñe otra vez con el fin del mundo.