lunes, 9 de febrero de 2009

Las Equis

La abuela siempre me da arroz, frijoles y un pedazo grande de queso. A mí me gusta poner el queso debajo del arroz y los frijoles porque así se derrite con su calor. Además soy de los que revuelven todo, como para facilitarle la labor al estomago y a la saliva.

-William ¿quiere un vasito de leche? Todavía no me acostumbro a no tomar nada mientras almuerzo; mi abuela tiene esa rara regla en su casa. A escondidas, y apenas siento que ya nada baja por la garganta, corro al baño y tomo grandes sorbos de agua tibia del tubo. Obviamente el vaso de leche es para después, para cuando no deje ni un grano en el plato. –¿Una o dos cucharadas de azúcar? Digo tres sin mucha fe de que me haga caso.

-William venga y me ayuda a ponerle tape a las ventanas. Con una forma de equis, mi abuela y yo aseguramos todos los cristales de la casa. –Abuelita y ¿esto para que sirve?. –Es por si viene Juana, el viento no rompa en pedazos los vidrios. Así hace menos daño. Ya se nos acabo la cinta, toma doscientos colones y compre en la pulpería de la esquina dos rollos.

-Aquí esta su vuelto. ¿Cuánto valen los JaJas señor? –Cincuenta. ¿Qué numero le salió machillo? El dos. El chino me da un paquetito que tiene un mini dinosaurio. Eche agua y espere dos horas, dicen las instrucciones. De camino me acabo la bolsita de JaJas para que mi abuela no se dé cuenta que me gaste su plata. –Abuelita ya llegue. Mi abuelita esta frente al televisor, no me escucha. –Abuelita, abuelita. –William, venga siéntese conmigo. En la pantalla un señor de las noticias habla de una catástrofe nacional. Mi abuela apaga el televisor. Me lleva de la mano afuera.

Los otros vecinos también salen de sus casas. Todos están muy serios, algunos lloran. A lo lejos, una gran nube gris llena el cielo. Bajo nuestros pies la tierra se mueve repentinamente, se detiene, se mueve, se detiene. Los de la casa del frente empiezan a guardar cosas en su carro. Están saliendo de su garaje. Se vuelve a mover el piso, esta vez acompañado por un rugido seco que tumba a la abuela. –Abuelita ¿está bien?. La abuela se levanta todavía muy seria. –William, usted sabe que yo lo quiero mucho verdad. –Si abuelita ¿Qué pasa?. –No, nada William, seguro ahorita vienen sus papas.

Desde la casa de mi abuela, veo como se oscurece la mañana. Afuera, llueven cosas negras. La abuela se acerca y quita la equis que no me deja ver bien lo que pasa. –Abuelita ¿y el huracán? ¿ya no tiene miedo de los vidrios? –Ya no importa.

2 comentarios:

angie dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Judith Limo dijo...

willy, difrute el texto pero el ultimo parrafo fue el que me atrapo. sin contar por supuesto los jaja!!! muak :)