viernes, 5 de junio de 2009

El Noveno Mandamiento

“no consentirás pensamientos ni deseos impuros”

-¿Enserio no hay nadie en su casa? Me pone su mano en el muslo. Yo la vuelvo a ver, bajo la mirada y sonrío. Todo el trayecto es una demostración de personas que se rozan y saben que algo va a suceder. Me sudan las manos y estoy nervioso, por eso cuando nos bajamos del bus no trato de agarrársela

Son las once de la mañana, hace calor y el barrio esta desierto. El lugar donde vivo siempre ha sido una especie de construcción al lado de una carretera, un pretexto para que los viajantes se detengan y hagan turismo rural camino a las costas.

-Yo me voy a cambiar, dejá las cosas en mi cuarto.

Entre la ropa limpia encuentro la camisa nueva que compre en la tienda de discos. Nunca he sido muy fanático de este grupo, pero de algún modo logré convencer a mi madre de que la imagen de la virgen de Guadalupe me parecía interesante. -¿Y esa camisa? ¿Desde cuándo acá? Es del Tri, un grupo de rock mexicano. Véala por detrás. Igual es como de colección, quiero empezar a guardar camisas de grupos, ya tengo esta y la de Pink Floyd. Además me queda grande. Dejamos el asunto de las prendas de ropa en la sala y nos acompañamos a la cocina.

Casi no hablamos. Nos servimos de comer, nos miramos, casi sin hambre, como una transición obligatoria. Yo sigo con las manos frías y el pulso acelerado. Dejamos los platos sucios en la mesa y nos dirigimos a mi cuarto. ¿Querés ver una película?. –Mejor poné música.

Dentro del cuarto, con la puerta cerrada hace un más calor. Pero ya no importa. Estamos acostados, uno al lado del otro. Nuestros hombros se juntan y siento su pelo cerca de mi oreja y mi mejilla. -¿Vos crees en dios? Me quedo callado. –Yo creo que es como una energía, lo demás es parte de cómo la gente se explica eso. Mi mano se acerca a la de ella. Suavemente se vuelve y me abraza, deja su boca cerca de mi boca. Su respiración cerca de la mía. El silencio donde siempre ha estado. – ¿Por qué no apagás la luz? Me levanto y aprovecho para ver si está cerrada la puerta.

Ella me quita la camisa. Yo le ayudo con la blusa. Nos besamos. Ella me muerde el lóbulo derecho y yo le hago lo mismo. Nuestras respiraciones se vuelven violentas, casi como jadeos. No puedo pensar en nada, solo en tocarla y lo que sus manos hacen entre mi ropa interior. Estoy hirviendo, y aunque hemos apagado la luz por las cortinas se filtra lo suficiente para verla apenas.

-¿Escuchaste algo? ¿Qué? -¿No escuchaste eso? ¿Y son sus papas? Me levanto rápidamente, abro la puerta apenas para asomarme y no veo nada. –No, ellos no vienen hasta la noche. Cuando regreso de nuevo a la cama, los perros empiezan a aullar de manera extraña. –William mejor salga y vea bien. Paso por la sala y desde la cocina miro a los perros un poco nerviosos. Escucho una sirena a lo lejos y entiendo porque están actuando así.

Aprovecho y me sirvo un vaso de agua, llevo otro para ella. –No es nada, una alarma que asusta a los perros, seguro. -¿Agua? Nos sentamos en la cama, ella bebe. -¿William qué le paso en el pie?
Desde la puerta he dejado huellas rojas. Me reviso, no tengo ninguna herida. –Seguro se regó algo. Ella se pone su blusa. Salimos a buscar. Bajo el sillón, un liquito oscuro se extiende y alcanza la alfombra blanca. Todo el sillón es recorrido por hilos de esa espesa sustancia. En el respaldar, mi camisa también esta empapada. Ella le toca los ojos: sus dedos se llenan de sangre. Tomo la prenda en mis manos y sigue llorando sangre sobre mis piernas. La dejo caer. La cara de la virgen de Guadalupe queda arrugada en el suelo. Pronto el charco se vuelve más grande.

No sé qué hacer. Los perros siguen aullando. Una tarde roja se apodera de la casa. Estoy cubierto de sangre. Tengo ganas de vomitar. Me siento mareado. –Vamos al cuarto. Ella me toma de la mano, la mano manchada de sangre. Nos acostamos, se vuelve a quitar la blusa. Ya no escucho a los perros. Cierro los ojos. Es como si el revés de mis parpados se estuvieran poniendo rojos. Nos desnudamos. No quiero abrir los ojos. Se nos olvido cerrar la puerta. –William, ya. Apoya su frente contra la mía. Nada existe en ese momento.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

William, muy buenos tus cuentos.

Un abrazo !!

Carlos Pittano

Anónimo dijo...

Me like!
Mariana

Nat dijo...

Me parece genial. Me encanta.

Florencia dijo...

Willy, me encanta!!!! sube y sube la tensión igual que subía y subía la temperatura...

Anónimo dijo...

Me gustó este, entre tus blogs, muy bueno. Ya te agregué a mi blog list p seguir tu trabajo.

Anónimo dijo...

Es bello,cabeza, muy bello.