martes, 25 de agosto de 2009

La Reflexión del Sonido

Un hombre roza su nariz contra la pared. Gira. Tiene sus manos en los bolsillos. Vuelve a girar. Abre la boca un poco y da otra vuelta. Se detiene, mira hacia el cielorraso. Saca de su pantalón un recipiente plateado, lo lleva a su boca y toma un trago. Empieza a repetir constantemente una vocal, varia los tonos: el hombre toma otro sorbo y guarda el recipiente plateado. Una mujer pasa, acaricia su espalda y sigue su camino. El hombre con la pared de frente baja la cabeza y con un esfuerzo mínimo ve como la sombra de la mujer desaparece por el pasadizo. El hombre traga fuerte y la sigue.

Una puerta se abre. Nuestro hombre entra. Hay varias personas que tratan de ignorar su paso por el mundo. El hombre agarra una guitarra y empieza a probar su afinación. Los otros le ponen la atención suficiente para darle a entender que es inútil tal acto. La mujer antes se acerca y pone sus manos en los hombros de el hombre. –Will, vamonos. Aquí se va a poner más y más frío. En la radio dicen que lo mejor es esperar en los refugios cercanos y luego buscar a nuestras familias. –Alguien me puede dar un MI. La mujer con sus manos pareciera comprenderlo, casi rozar esta intención por ignorar lo que pasa afuera. Pero ella no puede. Se escucha un clic y luego alguien en el cuarto presiona la tecla Mi en un teclado. El hombre se incorpora, se coloca su guitarra y sale.

-¿Podría levantar el telón? –Mis instrucciones es sacarlos lo antes posible, no tenemos mucho tiempo y el refugio esta a dos cuadras. -¿es este el mecanismo, verdad?

–Oiga, ¿no me escucho?

El escenario se abre y todos los asientos están vacíos. Las luces que dividen el camino hacia la puerta principal parpadean, como si el suministro de energía variara segundo a segundo. El hombre empieza a cantar.

-Oigan, yo ya me quiero ir. Ese amigo suyo se volvió loco, si ustedes no hacen nada yo me voy y los dejo encerrados. –Denos un momento, ya salimos.

La voz del hombre se rompe, casi como si se tropezara con la realidad de golpe. Enseguida, sin pensarlo dos veces, regresa a la misma canción. La canción no habla de la locura o el viento o los vidrios rotos o el miedo o el trafico o la nieve en un país tropical. La música nada mas se deja repetir por el eco de este teatro y no llega a nadie, solo al hombre que intenta apagarse antes del penúltimo estribillo. El hombre se detiene de nuevo. –Will, vamos.

La mujer del pasadizo lo acaricia de nuevo. Espera unos segundos. Baja por el escenario y todo el grupo se une. Las luces de la entrada parpadean. El encargado saca una linterna y los ayuda a guiarse. El hombre termina la canción; finalmente los sigue.

viernes, 7 de agosto de 2009

El Peso


-¿Asi no mas? Si, eso dicen las instrucciones. –Yo… queria decirte…
El levanta el vaso y traga. Ella no, duda. Cuando lo vuelve a ver, ya no hay nadie de ese lado, por lo menos ese alguien que durante años había conocido. El cierra los ojos. Respira. Escucha un vaso golpear la mesa.
Enseguida se sientan. Las paredes son extrañamente blancas, sin cuadros. Un mueble con un equipo de sonido los acompaña. Ahora la mesa los divide; en el centro un frasco de pastillas y dos vasos de agua. –Aquí hay una carta. Le dice él mientras la levanta y la ojea. –Entonces vos sos Andrea, mucho gusto yo soy William. Ella baja la cabeza. –¿Te sentís mal? En el frasco dice que no tiene efectos secundarios.
Andrea se levanta y va al baño. William espera y sigue con la carta. Se pregunta la hora, no se siente cansado ni con hambre. Escucha algo raro en el baño. ¿Andrea? Va al baño, de camino la cocina es igual de blanca. Toca la puerta. Andrea sale limpiándose la boca con su manga. –No pasa nada, creo que el almuerzo me sentó mal. William la sigue de regreso a la sala, pero ella no se detiene, continua hasta un cuarto. Dentro hay varias cajas de cartón selladas. Todo dentro de la habitación es blanco, como el resto de la casa.
Andrea se vuelve, se quita con su mano derecha su sostén. William se baja los pantalones, no sabe porque, solo lo hace. Andrea se mete debajo del edredón y da unos golpes a su lado, William le hace caso.
-¿Tenes sueño? No. -¿Será bueno acostarnos? ¿Si queres puedo ir al colchón?
Los dos se quedan inmóviles. William mira al techo, mira que la bombilla sigue encendida. -¿Apago la luz? Si queres.
Intenta levantarse, pero de algun modo un peso mas grande que el mismo lo empuja contra la cama. -¿podes apagarla vos? Andrea se levanta y la apaga. Mientras se mete debajo de las cobijas de nuevo toca el brazo de William, esta terriblemente frío.
–William, ¿te sientis bien?. William no responde. Andrea le toma la mano, siente el peso que se acumula y se acumula y la suelta. Andrea se levanta a oscuras y sale del cuarto. Va al baño y coge la pastilla que había escondido en el botiquín. Se sienta en la sala, con las paredes blancas, el mueble con el equipo de sonido y una silla vacía.
-Este es el peso. Piensa minutos después.
Lo que era Andrea ya no existe. En la casa lo único cierto es una carta que de algún modo confirma su existencia.